.

martes, 1 de enero de 2013

Mademoiselle D'Artagnan y los Tres Mosqueteros (4)


   
   - ¡Atchús! - estornudó estrepitosamente D’Artagnan.
    - ¡Ay!  Os matará antes una pulmonía que ese malnacido de Jussac.  Quitaos la ropa mojada.
    - Apartad las manos, caballero, o me vuelvo al agua.
    - ¡Oh, vamos!  ¿De verdad teméis de mí? Me desnudaré también para no avergonzaros...
    - ¡Quieto ahí!
    - Como mandéis.
    - ¡Aaaatchúúss!
    - Aceptad al menos mi casaca y capa para abrigaros, de lo contrario acabarán por descubrirnos.
    - No debería negarme a tal gentileza, además, me causaría dolor veros morir por mi causa.
    Sonrió satisfactoriamente Aramis y la ayudó a desanudar los cordones del apretado jubón.  Temió D’Artagnan que los senos tras la camisa mojada despertaran la fiereza del gentil pero éste se contuvo admirablemente y, si miró, que me consta que miró, pestañeó suavemente para no ofender, y si palpó, que a fe lo hizo, tuvo tanta gracia y delicadeza que no pareció intencionado.  Desanudó también la pesada falda y una a una las tres enaguas mientras las iba nombrando en susurros: misteriosa, modesta y traviesa.  Se quedó la joven en camisa sin más secretos y Aramis cumplió con su casta promesa de vestirla con su casaca pero a cada botón que abrochaba, un roce y un suspiro.
    - Llego tarde, la fiebre me ha adelantado - dijo Aramis.
    - Si mi piel arde no es de enfermedad...
Y diciendo esto, permitió D’Artagnan que Aramis la rozara con sus labios en la mejilla pero era Aramis un amante aventajado, sin prisa pero sin pausa, y a los pocos minutos se había hecho dueño de su boca.  Le pareció a D’Artagnan que aquella barca era un cómodo lecho de seda y plumas y el vocerío de los guardias, el suave murmullo de las aguas.  Se hallaba plenamente satisfecha por el encuentro con Porthos pero las manos de Aramis eran mágicas, con una caricia su cuerpo se abría dulcemente  y los gemidos exhalaban de su pecho.  Desconocía la manera de escapar del hechizo y se entregó confiada a lo que bien deseara hacerle su amante furtivo.  Pero éste se conformaba con besarla y apretarla contra sí deslizando sus piernas entre las de ella.
    - Si no hincáis algo, gritaré... - sufría D’Artagnan.
    - Y habló la virtuosa...
    - No os riáis de mi debilidad... porfavor...
    - Y no río, sólo caigo rendida ante semejante pasión.  Me quemáis en vuestro fuego.
    Entonces se dió cuenta D’Artagnan que Aramis se refería a sí misma en femenino y enrojeció tanto que el/la mosquetero temió está vez de veras por su vida.
    - ¡Ay de mí! - exclamó llorosa la gascona -.  ¡Qué maleficio es éste!  Creí que París era el Cielo y está resultando un Infierno lleno de diablos.
    - ¿Diablo yo?
    - El peor de todos.
    - Entonces me voy y os dejo sola - e hizo ademán de saltar de la barca.
    - ¡No, no!  Si saltáis, iré detrás vuestro.  Eso sólo que no sé... no sé cómo obrar en esta situación.
    - Nada más sencillo.  Venid a mi regazo, niña, que yo os enseñaré.
    Y se lanzó la jovenzuela a sus brazos con tanto brío que la barca zarandeó y casi vuelcan.


...

4 comentarios:

  1. Que bonito comienzo de año

    ResponderEliminar
  2. Aramis con ganas de enseñar y D’Artagnan con mucha curiosidad.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esta D'Artagnan me está quedando tan adorable y espitosa que me dará pena acabar el relato ^^'

      Eliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.