Mandaron
una notificación al famoso doctor y esa misma tarde aceptó a
recibirme para valorar mi estado de salud mental. Tan
enrarecido estaba el ambiente, tan seguros parecían los demás de mi
locura que creí, brevemente, que estaban en lo cierto y necesitaba
ayuda urgente.
En el coche me acompañaban el joven Ferrer, papá y el Dr. Grau. Las mujeres se habían quedado en casa y Benet con ellas para ayudarlas a afrontar esta crisis. Durante el trayecto, hubieron de correr las cortinillas ante la amenaza de un nuevo ataque de histeria porque a cada calle me parecía estar reviviendo mis pesadillas. Sí, eran malos sueños, fantasías. Papá no dejaba de repetirlo para consolarme y autoconvencerse de que todos los males venían del accidente, que pronto estaría sana y volvería a ser su niña poco juiciosa, testaruda y desobediente, pero su niña al fin y al cabo. Pero ya no era una cría sino una mujer y a las mujeres conflictivas las encerraban en sanatorios.
Llegamos a la angosta calle donde vivía el doctor... A punto estuve de correr en dirección contraria al reconocer el edificio envejecido por la humedad, la puerta carcomida...
- No puedo, estoy soñando otra vez.
- No, Malena, esto es la realidad. Sube las escaleras, yo te ayudo - papá me aferraba con fuerza la mano obligándome a avanzar. Ferrer y el Dr. Grau se situaron detrás mío dispuestos a agarrarme ante una posible huida.
El tercer piso, la segunda puerta...
- ¡Papá, aquí vive el monstruo! ¡Socorro, auxilio, que alguien me ayude!
- ¡Malena! ¡Cálmate! Pronto volverás a estar bien - papá me abrazó con tanta fuerza y pena que me sobrepuse para no causarle más daño.
Entré temblando y aferrada a los brazos de mis otros dos acompañantes para no caer desplomada. Me llevaron a una habitación poco iluminada y me hicieron sentarme en una silla. Tras lo cual, cerraron la puerta con llave y me dejaron sola.
En el coche me acompañaban el joven Ferrer, papá y el Dr. Grau. Las mujeres se habían quedado en casa y Benet con ellas para ayudarlas a afrontar esta crisis. Durante el trayecto, hubieron de correr las cortinillas ante la amenaza de un nuevo ataque de histeria porque a cada calle me parecía estar reviviendo mis pesadillas. Sí, eran malos sueños, fantasías. Papá no dejaba de repetirlo para consolarme y autoconvencerse de que todos los males venían del accidente, que pronto estaría sana y volvería a ser su niña poco juiciosa, testaruda y desobediente, pero su niña al fin y al cabo. Pero ya no era una cría sino una mujer y a las mujeres conflictivas las encerraban en sanatorios.
Llegamos a la angosta calle donde vivía el doctor... A punto estuve de correr en dirección contraria al reconocer el edificio envejecido por la humedad, la puerta carcomida...
- No puedo, estoy soñando otra vez.
- No, Malena, esto es la realidad. Sube las escaleras, yo te ayudo - papá me aferraba con fuerza la mano obligándome a avanzar. Ferrer y el Dr. Grau se situaron detrás mío dispuestos a agarrarme ante una posible huida.
El tercer piso, la segunda puerta...
- ¡Papá, aquí vive el monstruo! ¡Socorro, auxilio, que alguien me ayude!
- ¡Malena! ¡Cálmate! Pronto volverás a estar bien - papá me abrazó con tanta fuerza y pena que me sobrepuse para no causarle más daño.
Entré temblando y aferrada a los brazos de mis otros dos acompañantes para no caer desplomada. Me llevaron a una habitación poco iluminada y me hicieron sentarme en una silla. Tras lo cual, cerraron la puerta con llave y me dejaron sola.
...
Que mal, en la casa del malo y sin opción de escapar.
ResponderEliminarVoy a intentar subir luego algo más del relato, que quiero acabarlo esta semana o durante el finde, antes de irme de vacaciones.
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