Así
hice, empujada por su voluntad, me arrodillé y abrí la boca. Él
introdujo su instrumento de tortura, una masa de carne amorfa que fue
tomando la forma de una porra, dura, coronada por un glande
sorprendentemente suave y delicado.
“¡Ahora! ¡Hinca el diente! ¡Destrózale!” - me ordenaba a mí misma pero ni mi boca ni mi lengua me pertenecían ya. Él mandaba “chupa” y yo, “¡muerde!”. Él, “métela toda dentro”; yo, “¡escupe!”. Él, “al fondo, mujer”; yo... junté mis labios contra su pubis. No conseguía desobedecerle pero todavía podía llevar sus órdenes al extremo y autodestruirme.
Con la porra perforándome la garganta y la nariz aplastada contra su vientre, confiaba en desmayarme a los pocos minutos, con suerte abandonar mi vida y el trágico destino que me había impuesto. Él no pareció darse cuenta, estaba en éxtasis, pero más que mi boca deseaba poseerme de forma irreparable e hizo el gesto de retirarse. Un gesto débil que se evaporó ante la firmeza de mis brazos aferrados a sus caderas. No pensaba soltarle a menos que la fuerza de sus palabras me obligara pero el maldito Lambert no estaba por la labor de deshacerse de mi lazo suicida.
Cuánto más empujaba, más cerca veía el final de mi historia. Le animaba con el pensamiento y reprimía las arcadas. Ya se iba apagando la luz en mis ojos, ya mis brazos caían... Pronto sería libre. Ante mi inminente inanición, me agarró la cabeza con ambas manos y se apretó contra mí con ímpetu orgásmico. Un par de arremetidas salvajes... me iba... De pronto, el líquido alcalino saltó por la faringe quemándome por dentro. Quería toser, gritar fuerte, quitármelo de encima. A pesar de la decisión anterior de marcharme en silencio, la repulsión del momento anuló la fatal apatía. Le arañaba las manos, me revolvía frenética pero el monstruo aguantaba inhumano el ataque mientras se iba vaciando. Agotada me rendí.
Como una serpiente de hiel su esencia avanzaba por dentro, conquistando piel y carne a su paso. Había perdido de nuevo. Pero la serpiente traía luz con ella también. Sí, ahora notaba el aliento de vida volver a mis venas, el aire a los pulmones. Por la ventana, el atardecer sangriento me saludaba empático, veía colores donde hace un momento era todo gris. Qué hermoso.
Escupí el órgano flácido, ya no me atemorizaba, ni él ni su dueño. Lambert se hallaba petrificado, mirando al frente. Me levanté, sentí el poder, ahora era mío. Se lo había robado o puede que siempre hubiera estado en mí y no supiera usarlo. Puede. El monstruo lo había despertado y me había enseñado su utilidad. Ardía en deseos de comprobar su eficacia. Me quité lo que quedaba de ropa, no quería trabas a mi libertad, y ordené, dejando que las palabras llenaran mi boca y borraran el sabor amargo de la última, por siempre última, humillación:
- Lambert, arrollídate y abre la boca.
Y lo hizo.
“¡Ahora! ¡Hinca el diente! ¡Destrózale!” - me ordenaba a mí misma pero ni mi boca ni mi lengua me pertenecían ya. Él mandaba “chupa” y yo, “¡muerde!”. Él, “métela toda dentro”; yo, “¡escupe!”. Él, “al fondo, mujer”; yo... junté mis labios contra su pubis. No conseguía desobedecerle pero todavía podía llevar sus órdenes al extremo y autodestruirme.
Con la porra perforándome la garganta y la nariz aplastada contra su vientre, confiaba en desmayarme a los pocos minutos, con suerte abandonar mi vida y el trágico destino que me había impuesto. Él no pareció darse cuenta, estaba en éxtasis, pero más que mi boca deseaba poseerme de forma irreparable e hizo el gesto de retirarse. Un gesto débil que se evaporó ante la firmeza de mis brazos aferrados a sus caderas. No pensaba soltarle a menos que la fuerza de sus palabras me obligara pero el maldito Lambert no estaba por la labor de deshacerse de mi lazo suicida.
Cuánto más empujaba, más cerca veía el final de mi historia. Le animaba con el pensamiento y reprimía las arcadas. Ya se iba apagando la luz en mis ojos, ya mis brazos caían... Pronto sería libre. Ante mi inminente inanición, me agarró la cabeza con ambas manos y se apretó contra mí con ímpetu orgásmico. Un par de arremetidas salvajes... me iba... De pronto, el líquido alcalino saltó por la faringe quemándome por dentro. Quería toser, gritar fuerte, quitármelo de encima. A pesar de la decisión anterior de marcharme en silencio, la repulsión del momento anuló la fatal apatía. Le arañaba las manos, me revolvía frenética pero el monstruo aguantaba inhumano el ataque mientras se iba vaciando. Agotada me rendí.
Como una serpiente de hiel su esencia avanzaba por dentro, conquistando piel y carne a su paso. Había perdido de nuevo. Pero la serpiente traía luz con ella también. Sí, ahora notaba el aliento de vida volver a mis venas, el aire a los pulmones. Por la ventana, el atardecer sangriento me saludaba empático, veía colores donde hace un momento era todo gris. Qué hermoso.
Escupí el órgano flácido, ya no me atemorizaba, ni él ni su dueño. Lambert se hallaba petrificado, mirando al frente. Me levanté, sentí el poder, ahora era mío. Se lo había robado o puede que siempre hubiera estado en mí y no supiera usarlo. Puede. El monstruo lo había despertado y me había enseñado su utilidad. Ardía en deseos de comprobar su eficacia. Me quité lo que quedaba de ropa, no quería trabas a mi libertad, y ordené, dejando que las palabras llenaran mi boca y borraran el sabor amargo de la última, por siempre última, humillación:
- Lambert, arrollídate y abre la boca.
Y lo hizo.
Fin.
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Inesperado final, sin duda. Hum, esperemos que tu relato ponga de moda eso de tragar semen, tan denostado y sin embargo colmado de beneficios.
ResponderEliminarHay hombres que gustan de saborear y nutrirse de su propio semen. Yo particularmente prefiero el sabor del flujo femenino, muchísimo más suave ^^
EliminarA mi lo que me sorprende es que los vascos, tan refinados ellos, todavía no hayan incorporado estos manjares culinarios.
ResponderEliminarSi yo te contara... xDDD Pero juré guardar el secreto ;)
EliminarPensé que se moría la pobre.
ResponderEliminarHa sido un final un tanto WTH!
Me hubiera gustado un capítulo mas para ver que le pasaba al doctor.
Hay que dejar también espacio para la imaginación, jujuju.
EliminarEl final lo tenía pensado desde el principio. Hay un párrafo, antes del capítulo del baile, en que la pelirroja le pide al doctor que renuncie a Malena durante un tiempo porque está languideciendo. El doctor le responde que su poder sólo funciona con ella, con nadie más. ¿Realmente era Lambert quien tenía hipnotizada a Malena o era la misma Malena que se había sugestionado o incluso hipnotizado a sí misma?
La víctima resultó ser más fuerte que el opresor =)