Cabalgaba
a horcajadas la joven aventurera sobre su caballo palomino. Había
dejado atrás su precioso hogar en la Gascuña, su madre llorosa, su padre
furioso y un pretendiente sin goce ni beneficio. Hacia París se
dirigía la jovenzuela, sin más armas que un cuchillo para cortar queso y
unas pocas monedas escondidas en el forro de la falda. Cualquiera
diría que una dama sola en el camino se mostrara tan risueña y falta de
miedo pero no sólo reía nuestra protagonista que además cantaba, sin
mucha entonación, todo sea dicho. Tan alocada parecía que ni bandidos
ni rufianes se atrevieron a cortarle el paso.
Riendo,
cantando y arreando el caballo para que se diera prisa, todo lo que el
pobre jamelgo podía dar de sí, llegó mademoiselle d’Artagnan a las
puertas de París sin más contratiempos que un agujero en la media. Oh,
París, la ciudad de los sueños donde esperaba hacer fortuna o
enamorarse, o las dos cosas juntas si el destino se mostraba generoso.
Como
andaba sedienta y sin gota de vino en la bota, se apeó del cansado
amigo frente a una taberna que a esas horas tempranas se hallaba casi
vacía. Rebuscó en el bolsillo sus escasas posesiones. Para un trago de
celebración y un poco de heno para el caballo tenía. Confiaba en su
suerte y que su belleza y desparpajo le proporcionaran alojamiento
gratuito al llegar la noche.
Estaba
relamiendo la jarra añorando el vino que en el estómago bullía y en su
cabeza flotaba, cuando entró un hombre corpulento y alto, de espaldas
tan anchas que casi no pasaba por la puerta. Ordenó cinco jarras... sí,
he dicho bien, cinco jarras del mejor vino al posadero. Qué buen
partido, pensó la todavía sedienta d’Artagnan, a éste le saco el oro y
el moro.
- Disculpad, caballero. ¿Está libre este sitio en el banco?
Ni contestó el hombre que la pendenciera ya estaba frente suyo y habíase apoderado de una de las jarras.
- ¡Brindemos por la amistad!
- ¡Jovencita! Ese vino es mío y no lo comparto ni con un hermano.
- Andáramos. ¿Tengo yo pinta de ser vuestro hermano?
- Pinta de descarriada, tenéis más bien.
-
El polvo del camino me ha envilecido pero sabed que vengo de familia
honrada y digna, mi padre sirvió para el rey Enrique IV en calidad de
mosquetero.
- ¡Hija de mosquetero!
- Callad, señor, si lo decís a grito parece un insulto.
- Hija de mosquetero, en ese caso vuestra es la jarra pero apartad la vista del resto. ¿Y tiene nombre vuestro padre?
- D’Artagnan de Gascuña.
-
Encantado, mademoiselle d’Artagnan, yo soy Porthos, mosquetero también -
y sacando pecho, hizo alarde del cinto con bordados dorados que del
hombro a la cintura le adornaba pero la mujercita más que entusiasmo
mostró desilusión.
- ¡Oh! ¿Y a tanto llega la paga de soldado?
- Ejem, no se hace uno mosquetero por la soldada sino por el honor...
- ...La aventura...
- …La diversión de una buena pelea...
- …El amor de las damas...
- Ejem, eso también, deberíais conocer a mi hermano de armas.
- ¿Es como vos?
- ¡Oh, no! Es mucho más escuchimizado pero tiene buena espada.
- ¿Y vos? ¿Tenéis buena espada?
D’Artagnan
andaba juguetona a causa del zumo de uva, el mosquetero se dio cuenta
del ataque pero afloró su timidez y grande como era su cara quedó teñida
del púrpura más vivo.
- ¡Pardiez! Qué pronto sube el vino - exclamó Porthos tratando de disimular la confusión.
- A mi sí, que llevo ya lo mío, pero a vos os sube la vergüenza, que ni una gota todavía habéis probado.
- Descarada.
- Si lo que toca mi pie es cierto, más cosas tenéis arriba.
- Mala hembra.
- Eso no me lo decís en la cama.
- A fe que no.
Y al vuelo la alzó en brazos y para la trastienda la llevó.
...
Vamos a leer episodios apócrifos de las aventuras (nunca mejor dicho) de los mosqueteros... ¡Repámpanos!
ResponderEliminarYa ves tú la inspiración por donde tira a veces. Pero este relato no es sólo una ida de olla, es terapéutico y metafórico. Es muy personal, así que espero que quede auténtico ^^
EliminarToma gender-bender y darle una nueva versión a los mosqueteros.
ResponderEliminarMe encanta.
¿Has visto que D'Artagnan más divertida? A Dumas no se le hubiera ocurrido xDD
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