¿Te
acuerdas de cuando te la presenté? Quise organizar una cena íntima en
casa pero sugeriste, en esa forma rotunda en que exiges las cosas, que
la lleváramos a un restaurante con clase. Habíamos reservado mesa para
tres pero, al verla de pie junto a la parada de metro, cambiaste de idea
y fuimos al McDonals de la esquina. Creí que no pasaríamos de la
primera cita.
Tenemos
tan poco en común. Ella de Artes y nosotras de Ciencias. Ella lava
toda su ropa un día a la semana y se pasea mientras por casa envuelta en
una toalla, nosotras ponemos a trabajar la lavadora todos los días. Se
descarga videojuegos por Internet y nosotras bajamos cine de autor
(¡sin subtítulos!). Su lado de la nevera está saturado de postres
hipercalóricos, en el nuestro dominan los vegetales y la leche de soja.
Veinteañera y treintañeras. Ninguna agencia matrimonial nos hubiera
dado el visto bueno pero... ¡es tan mona! Ahí estamos de acuerdo, esos
ojazos negros no tienen rival y, cuando el flequillo le crece en exceso y
los cubre como una cortinilla, está para comerla a besos.
Salir
en grupo es un suplicio, solas nos va mejor, aunque tengamos decorada
la estantería de los libros con juguetitos de los Happy Meals. Sus
amigos son algo altaneros y su concepto del buen vino se basa en un
calimocho cargado. Los nuestros se horrorizan si la ven colocarse la
servilleta en el cuello cuando vamos a comer al Asador, aún así la
defendemos como ella nos defiende. Deberíamos conseguir amigos en común
pero, cuando elaboramos el prototipo ideal, nos queda más extraño que
un “gallifante”. Ir juntas al cine, otro dilema, suerte de ese gran
invento que son las salas multicines. Después de todo, al cine vamos a
ver la película, para meternos mano ya tenemos el parking. En el Jazz
Club sería más apropiado y menos chabacano pero ella se nos duerme y
luego no hay manera de introducirla en el taxi. En los locales que nos
recomienda, es cierto, podríamos hacer concursos de quien mete la lengua
más al fondo sin que nadie nos llamara la atención pero la música es en
exceso estridente.
Lo sé, darling, esta relación va contra natura pero ni ella, tú ni yo somos capaces de ponerle fin.
Ocasiones
para romper y regresar a nuestra plácida existencia del pasado ha
habido a montones, comenzando por el primer desayuno juntas. El
experimento nocturno había funcionado muy bien... según mi humilde
opinión, pero me paraste entre la tostadora y la nevera y en un susurro
reprochaste que no te había prestado suficiente atención. Dos largos
orgamos más una tanda de mimos posteriores deberían haber bastado. A su
vez, ella me interceptó camino del microondas para comentarme que mi
novia le lanzaba rayos con la mirada y temía acabar con el café
hirviendo sobre la cara. Pobre pequeña, te tenía más miedo ella a ti
que al revés. El monstruo de los celos. Pronto descubrimos que el
fuego es lo más apropiado para mantenerlo alejado.
La
segunda noche renuncié al protagonismo: me perdí en el lavabo. Después
de media hora decidí salir ante la sospecha de que avisaras a los
bomberos y maldecí no haber comprado esas enormes bolsas de basura
industriales por si la intuición había fallado y tocaba limpiar. Lo que
encontré en la cama me pareció tan hermoso que me quedé sentada en la
butaca contemplando hasta el final. Sublime cómo se entregaba a tus
caricias contorneándose como la hiedra que se aferra buscando la luz.
Tu luz, preciosa, porque toda tú estabas iluminada de pasión nueva,
impaciente por descubrir sabores y texturas. Ella también sabía ser
activa y te prendía con su rodilla como prende la rueda el mechero.
Con
los vapores orgiásticos que inundaban la habitación cegándome,
asfixiándome; anhelando convertirme en oxígeno y entrar en ti, entrar en
ella, desatar la combustión; me contuve hasta que se hizo silencio y
los gemidos se apagaron dejando suaves respiraciones en su lugar.
Entonces me deslicé furtiva entre las dos para daros a beber mis besos.
A partir de aquel encuentro, se sucedieron pasiones templadas y pasiones churruscadas.
Anoche
fue demasiado turbulento. Habíamos estado discutiendo sobre el
programa de televisión a ver antes de acostarnos. Ella quería el reality de los strippers, nosotras el documental de la 2. Se marchó enfurruñada al salón mientras nos quedamos en la cama. El Cambio Climático sin su presencia se nos hizo demasiado espeso y agobiante.
Nos
resistimos a ir a buscarla para hacer las paces. No es orgullo, es que
realmente consideramos que no debemos mimarla tanto por su bien. Pero
la cama se nos quedaba grande, inmensa, solitaria... Hasta que ella
entró con su pijama de osos amorosos y entonces se nos quedó chiquita.
Nos saben a poco esos 15 cm. que ganamos de pasar de un colchón y
somier de 135 a 150. Deberíamos optar por dos colchones individuales de
90 unidos con cinta americana pero la del medio siempre se queja. El
eterno dilema ¿Por qué se fabrican sofás de tres plazas y no hacen
también camas? Cuando estamos de buenas y hace frío, formamos un cálido
ovillo entre las tres pero en esa ocasión todo fueron tirones de edredón
y codazos... “¡Basta, niñas!” - grité desesperada mientras repartía un
azote a cada una.
Ella
me mordió, tú me zarandeaste, yo emigré al sofá en busca de paz. A
veces pienso que mi presencia actúa de detonador en algunas situaciones
delicadas. Me obligais a tomar partido entre dos opiniones, si me niego
ya consideráis que estoy a favor de la otra. Aprendí que la mejor
salida al problema era tener una tercera opinión pero mi creatividad no
siempre da para tanto, después de todo, la artista es ella.
Al
cabo de media hora regresé con mi mirada más dulce. Siempre tengo la
esperanza de encontraros desnudas y enredadas en un sudoroso abrazo pero
en esta ocasión me recibió el silencio más descorazonador. Aún así, os
regalé un beso a cada una. Haciendo uso de mi envidiable reflexión, la
primera mejilla fue la de ella. Suspiró complacida. Bien, sólo
quedaba esperar que el calor humano hiciera el resto.
Pies
enlazados bajo las sábanas dibujando caricias. Soy capaz de adivinar
quien es la dueña del piececito sólo por la forma de moverse e
inclinarse. Su pies son tímidos, los tuyos, inquietos. Me paseaban sus
deditos pantorrilla arriba, pantorrilla abajo, tratando de disculparse
sin palabras. ¿Vas a castigarme por ser de sangre caliente? Es mi
mayor atractivo. No pude evitarlo, acerqué la mano a su vientre con
cuidado de que no te dieras cuenta... ¡Fui una estúpida, lo sé! Pero
tu lado de la cama despedía tufillo a azufre y reproches, pensé que
primero conquistaría a una, luego a la otra y volveríamos a hacer el
689. Quien diria que le encontraríamos un uso tan divertido a las
matemáticas. No tuve en cuenta que sus gemidos mimosos delatarían la
ecuación.
Pero
te mantuviste en calma mientras confabulabas junto a Zeus la mejor
venganza. Serena y lúcida como un águila que espera el momento de
atacar y llevarse la mejor tajada.
La
llama de su cuerpo me atrajo fatídicamente. No recuerdo cuando dejé de
estar tumbada para situarme encima suyo, entonces te abalanzaste sobre
nosotras. Cuando sacas el lado salvaje me das miedo, mucho miedo. Con
tus dientes en mi yugular, me quedé quieta, las manos apoyadas a los
lados en señal de rendición. No me mate señora pantera, por favor,
tengo a dos lindas amantes a las que cuidar y alimentar con cariño.
Demasiado tarde para la piedad, tu garra en mi espalda iba marcando
surcos tan lentamente que Freddy Krueger haría el ridículo a tu lado.
Ah, cómo iba a explicar eso en el gimnasio.
Ella,
incapaz de defenderme de tu oscuridad, me daba besitos para consolarme.
Aquello me sonaba a complot, a trampa mortal pero puede que fuera la
paranoia nocturna de un sábado confuso.
Me
agarraste los soles... ¿Cómo? Los globos del mundo, los montes del
lado oscuro de Venus, los mullidos...¡Coño, el culo! ¿Para qué vamos a
andarnos con finuras en la escena dramática? Tu uñas en mi carne ¡Cómo
escuece tu amor, cielo! Me separaste con poca delicadeza... y la otra
sigue que dale con sus besitos, y me la enchufaste sin compasión, la
garra, digo la mano... ¡La madre que te...!
Entre
dos panes. Yo la chicha y vosotras la molla. Sándwich picante a las
finas hierbas y a los pelos, que entre roce y roce saltaban a la sábana
como tripulantes del Titánic al mar. Naufragio asegurado, por lo menos
yo iba a sucumbir al oleaje y a las aguas bravas que ya me salpicaban al
cuello. Rápido la pequeña había enlazado sus piernas alrededor de mi
cintura, encajado la puerta mágica a lo que quedaba a salvo de mi honra
y, con esa habilidad innata que tiene, empezado el trote. Nunca
entenderé cómo consigue acertar siempre en el punto, en el suyo y en el
mío, y en el tuyo también cuando te dejas. Vocación de frotadora.
Mientras, ibas aprovechando el lubricante extra que su buen hacer me
generaba para adentrarte más profundamente en mí. “Todos no, porfavor” -
te supliqué pero tu vocación es la de penetradora y en esta ocasión
eras una penetradora cabreada. Estaba perdida.
No
te pareció suficiente el suplicio, haberme convertido en un momento en
el juguete sexual de vuestras mercedes, atrapada entre dos aguas (qué
gran verdad), sin voluntad ni voz, sin pilas tampoco, que casi no podía
moverme, que decidiste humillarme en esa manera que sabes no me gusta.
Ya tenía la mitad de tu mano dentro, el clítoris en carne viva, cuando
me atizaste con el fuego de tu lengua allí, justo allí. En el pozo
oscuro de los deseos, lo llamas, para mí es la cloaca vergonzosa porque
nunca puedo asegurar que esté perfectamente limpia. Qué marrana es mi
chica pero sobre gustos... Entonces me recordaste que te sobraba una
mano con sus cinco deditos.
No
me dio tiempo a gritar socorro, ella tiró de mi cabeza hacia abajo para
poder meterme bien la lengua, no le importó encontrarme boquiabierta ni
mostró reparo en atragantarme con sus gemidos. Si algún grito se
escapó de mi garganta, fue a parar directamente a su estómago, tan firme
me tenía amordazada.
“Cinco
Lobitos tiene la loba, cinco lobitos detrás de la escoba. Cinco
lobitos, cinco parió, cinco críó y a los cinco tetita les dió. Pulgar se
llama éste...”. Empezar por el más gordo es muy propio de ti, dice
mucho de tu falta de paciencia. “Éste se llama índice y sirve para
señalar, éste se llama corazón y aquí se pone el dedal...”. ¡Hala, así
de golpe, sin dejar respirar! Por suerte el anular y el chiquitín se
quedaron fuera.
Ella
comenzó a poner caras raras. La primera vez pensamos que le había dado
una apoplejía y nos asustamos pero a estas alturas ya conocíamos sus
mecanismos de advertencia. Mientras que nosotras, más recatadas, nos
conformamos con un “ya viene” y un resoplido, ella monta el espectáculo.
La cuestión es que ya venía y en consecuencia vendría yo también.
Cómo explicarlo... es el calorcillo insoportable de ese momento, la
quemazón, el baño hirviendo directo al grano, la forma de moverse en el
instante preciso... no sé, pero su orgasmo llama al mío. Y tú que me
tenías bien agarrada, la mano derecha perdida en las profundidades, la
izquierda más sufrida, a punto de realizar tu movimiento sexy y acabar
de rematarme. Y ahí fuimos, todas para una y una para todas.
Si
hablo de montañas rusas, terremotos, tsunamis, me quedo corta con lo
que pasó anoche por mi cuerpo. No me soltaste al acabar, ni siquiera
cuando ella comentó que pesaba como un muerto y que la estaba
aplastando. Recuerdo vagamente dos o tres venidas más a modo de
coletilla, involuntarias, obligadas, hasta que consideraste que había
tenido mi merecido por marginarte y me dejaste descansar.
Muchos
son los que nos confiesan que sienten curiosidad por nuestro amor a
tres bandas. ¿Es viable? ¿Es satisfactorio? Es y es mucho. Es
suficiente, por lo menos para mí. ¡Buf!
By Reina Canalla
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