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viernes, 15 de noviembre de 2013

Mademoiselle D'Artagnan y los Tres Mosqueteros (9)




- ¡Oh! - se le cortó la respiración a la joven al ver desabrocharse el cinturón al mosquetero y blandirlo en el aire -.  ¡Atrás, mi señor! ¿Qué váis a hacer con eso? - exclamó mientras buscaba escapatoria.
    - ¡Lo que vuestro padre debiera haber hecho hace mucho! - lanzó Athos un latigazo al aire.
    - ¿Y con qué derecho os hacéis llamar mi padre?
    - Por fortuna no yazco con hembras que pudieran darme hijas como vos.
    - ¿Virgen o invertido? - y el cinturón repiqueteó muy cerca -. ¡Ay!
    - ¡Ninguno de los dos, descarada!
    Al siguiente golpe no escapó el trasero de nuestra aventurera.
    - ¡Ay, uy! ¡Mal hado os lleve, animal!
    - Que me lleve pronto, eso espero.
    Un nuevo chasquido acertó al otro cachete.
    - ¡Basta, basta! Enfermo tenéis que estar para tratar así a una muchacha desnuda en vez de buscar placeres - y cayó de rodillas D’Artagnan cubriéndose la cara con las manos mientras sollozaba.
    El cansado mosquetero levantó el brazo para arrearle una vez más pero eran tan lastimero su llanto que perdió la fuerza y la ira y hasta el armazón invisible que tan bien le había protegido de otras mujeres.
    - ¡Ea, ea! Dejad de llorar que ya no estoy enfadado… - y bajó la guardia.
    - Ya lo creo que no - agarróle por sorpresa la falsa llorona los cataplines -.  Explicadme el motivo de este entesamiento o asesino a vuestros futuros hijos de un apretón.
    - So, chiquilla, tengamos paz.  Si tieso está lo que véis será por vuestra gracia, no por vuestra desgracia.
    - No os creo.  ¿Os gusta pegar a las mujeres?
    - No soy de esa clase… Es vuestra vitalidad la que me ha emocionado.
    - Grrrr…
    - Está bien, lo reconozco, ese par de azotes me han devuelto el brío que creía perdido por las artes de una mala mujer.  Eso es todo.  Pero no os hubiera lastimado más de lo necesario. ¡Os lo juro!  Me habéis curado.  Pedid lo que queráis.
    Y en esta ocasión fue D’Artagnan quien bajó la guardia y acabó tumbada en el regazo de Athos, ganándose dos azotes más pero esta vez con la mano.
    - ¡Ah, traidor!
    - ¡Vos que queríais desgraciarme! - la soltó -.  Pero dejémonos de riñas.  En verdad me agradáis - y rió el hombre tan fuerte que lo oyó Grimaud desde la cocina y lo creyó, está vez sí, loco de remate -.  Os quiero ya, maldita sea, jajaja.  
    - No os entiendo.
    - Ni falta que hace.  Vayamos a dormir, que tantas emociones me han agotado.
    - Pero… - con el brazo sobre su hombro, la acompañó el mosquetero hasta la cama y allí se desnudó también dejándose sólo los calzones.
    - Buenas noches.  Oh, qué bien voy a dormir, mejor que cuando me enfrenté yo sólo a diez de los hombres de Richelieu.
    - ¿Y desde entonces no os habéis bañado? - se acostó D’Artagnan a su lado.
    - Calla y duerme.
    - Es que… Veréis, señor Athos…
    - Sólo Athos, que ya somos amigos.
    - Es que, Athos, yo…
    - Desembucha.
    - Que… que algo me habéis hecho que parece que tengo el Sena entre las piernas.  Y como vos… como tú  la torre todavía la tienes erguida.
    - Y el enfermo era yo.  ¡Andáramos!  No voy a estropear el momento con alivios tan mundanos.  ¡A dormir! - y le dio un beso en la frente.
    Quiso replicar la bella pero ya roncaba su compañero de alcoba.  Se acurrucó bajo su brazo, no encontrando desagradable, sino al contrario, el tufillo a soldado y pensó que había sido un día bien extraño.  No sólo había hallado un amigo en París sino tres.  Si Porthos la excitaba en demasía y Aramis le deshacía el alma, Athos la inquietaba y era la promesa de un reto constante.  Se incorporó y le devolvió el beso en la frente.
    - Yo también os quiero.

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