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viernes, 1 de abril de 2011

Descubriendo a Colette


Quiero hacer cuanto quiero. Quiero representar pantomimas, incluso comedias. Quiero bailar desnuda si el bañador me molesta o humilla mi estética. Quiero retirarme a una isla si así me place... Quiero escribir... Quiero sonreír... ¡Quiero adorar a quien me ame y darle mi cuerpo tan rebelde a la partición, mi corazón tan dulce y mi libertad!

COLETTE


Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954) ¡¡Qué peasso de escritora!! Vamos, que si yo hubiera nacido francesa, hubiera dejado de lado las Bellas Artes para estudiar Filología Francesa y dedicarle mi tesis final. No es que tenga una prosa rica en metáforas, recursos y vocabulario, tan compleja y culta que te hacen chispiritas los ojos, tantas (chispiritas) que te pesan los párpados horrores, sobretodo si eres de las que leen en la cama. No, Colette es fresca y genuina, más preocupada por el contenido que por la forma, una bloggera del siglo pasado, directa, atrevida y sin pelos en la lengua. Sólo lamento que sus obras resulten tan breves, supongo que porque muchas se publicaban en semanarios antes de acabar en formato libro, y siempre voy con hambre de más.

Cotilleando un poco su vida privada, bastante pública, la verdad, me encuentro con la agradable sorpresa de que fue amante de Natalie Barney, otra señora contemporánea suya de armas tomar, de la que no he leído nada todavía pero a la que admiro profundamente. Colette era bisexual... por decir algo, yo creo simplemente que era libre-sexual, se enamoraba de quien la amaba sin importarle la condición, el género o la edad, pasión en estado puro. La cuestión es que protagonizó los escándalos más sonoros de su época y más de un semanario paralizó la publicación de sus obras por miedo. A su muerte, tuvo derecho a unos funerales nacionales, aunque tuvieron que ser civiles porque ni todos los amigos de Colette ni las altas celebridades consiguieron convencer a la Iglesia para que fueran católicos. Ya sabemos que cierta institución prefiere llenar sus cementerios de santos antes que de genios.

Respecto a su obra literaria, la sensualidad y franqueza con la escribe sobre los sentimientos, le han valido la confusión de ser una autora erótica. Ni Colette se consideraba a sí misma erótica ni cualquiera de este siglo diría tanto. Picante, sí, para su época bastante picante y descarada, sobretodo en su serie de "Claudine", sus primeros libros (1900-1903), con un toque autobiográfico. De estos sólo he podido leer de momento "Claudine en París", delicioso, pero he encontrado una biblioteca que tiene toda la colección y más. Míos, todos míos, jajaja. También he leído "La Gata" (1933), que se me acabó en un suspiro y donde pude descubrir a una escritora más madura, con más técnica, no tan risueña pero igualmente fresca y de visión joven. Sin olvidar "La mujer oculta", una recopilación de relatos escritos sobre 1940 en los que se habla del amor, el desamor, los celos, la pasión buena y mala, y la madurez en soledad, temas recurrentes en sus obras, al igual que en su propia vida.

Más libros, más, los quiero todos. Resulta fascinante leerla y verla evolucionar de una obra a otra, de un año a otro. Además sus palabras la evocan, sus personajes, sus historias están tan vivas que te da la sensación de que te las está contanto al oído en persona. Te enamora, se hace querer, porque ves siempre a la mujer tras las letras de imprenta.

Je t'aime, Colette.

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