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viernes, 29 de junio de 2012

El Hipnotizador de La Ribera (13)


 Desconsol - Josep Llimona

No recuerdo el tiempo que me quedé congelada en la entrada del portal, como una estatua de mármol que espera la llegada del otoño para cubrirse de hojas.  Resultaría poético de no ser por la podredumbre de la calle y el contraste con mis zapatos, que no pensé en cambiar por unas humildes alpargatas.  Apestaba a verdura pasada y agua sucia, mezclado con el olor de mi propio miedo, el sudor frío empapándome los cabellos y mi genital descomponiéndose...  No obtendría respuestas sólo con esperar y decidí entrar en aquel bajo cochambroso.

    - Buenas tardes, querida - una señora encorvada y entrada en carnes me saludó pero yo no había recuperado la capacidad del habla.
    - ¿De cuánto estás? - me preguntó.  Al no obtener respuesta insistió -.  ¿Cuántas semanas hace que dejaste de sangrar?  Puedo hacer algo si hace pocas pero si tu cuerpo ya ha hecho el cambio, olvídalo, cielo, mejor será apechugar con lo que venga - me dio un rápido vistazo -.  Aunque no lo pareces.  ¿Qué vienes a buscar?
    - Yo... em... la mujer que acaba de salir es mi amiga...
    - Entiendo.  Os tengo dicho que esperéis a estar curadas pero nada, contagiais a los clientes, contagiais a las otras y es un no parar.  Espera a ver si todavía me quedan polvos... - la mujer se dirigió tambaleándose hacia un escritorio lleno de papeles desordenados, abrió un cajón y extrajo un paquetito -.  Con esto servirá.  
    - Gracias... ¿Cuánto le debo? - volvió a clavar sus ojos en mí, esta vez más detenidamente.
    -  Eres muy bonita y educada, podría dártelo a cambio de un favor con la lengua pero necesito el dinero.  ¿Cuánto llevas?
     
Hurgué nerviosa en mi bolsa tratando de abrir el monedero sin hacer evidente su contenido.
    - ¿Tiene cambio de una peseta?
    - Una peseta estará bien por las molestias, gracias.



Anochecía cuando llegué a casa.  Despeinada, sudorosa y mal vestida, no pasé desapercibida a los vecinos ni tampoco a mamá ni a Felisa.  De haber tenido quince años, me habrían azotado, pero mamá se contuvo y me mandó a mi cuarto a reflexionar.

Felisa acudió más tarde con la cena en una bandeja.

    - Buena la ha hecho, señorita.  Su señora madre me había ordenado salir a buscar un guardia cuando usted apareció.  No voy a preguntarle a dónde ha ido disfrazada de mí porque no es de mi incumbencia y porque los señores rumorean que no está usted en sus cabales...
    - Felisa, mi buena Felisa, tienes que salvarme la vida...
    - Según lo que me pida.  Si por salvar su vida pongo en riesgo la mía, será que no.
    - No, Felisa, no te costará trabajo ni es peligroso.  Porfavor, escucha... Tienes que atarme las manos a los barrotes de la cama...
    - Van a tener razón los señores, está como una chota...
    - Porfavor, porfavor...  Te lo suplico.  Si no lo haces, puede que está vez no regrese.
    - ¿Por qué?  ¿Hay alguien que quiera hacerla daño?
    - Sí, un hombre...
    - Un hombre... ya veo... Pues espero que sea muy guapo y tenga más cuartos que el que me ronda a mí, jajaja.

Tal vez fuera por las lágrimas que no pude reprimir o por la peseta que fue a parar al bolsillo de su delantal pero Felisa accedió a atarme aquella noche.



4 comentarios:

  1. Creo que a Feliza no le importa mucho lo que le pase, mas que seguro que lo hizo por la peseta.
    Se salvará esta noche pero mañana le veo difícil.

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    1. No creo que el Hipnotizador se tome a bien este gesto de rebeldía =P

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  2. Claaaro, con las ataduras se acaban tooodos los problemas =)

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