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viernes, 4 de enero de 2013

Mademoiselle D'Artagnan y los Tres Mosqueteros (5)


   
 Mostrole Aramis a la pizpireta el arte del roce y del frotamiento, la gracia de unos dedos bien entrenados y la forma correcta de hablarle a su petite Aramis.
    - Lento... más lento... más abajo... más profundo... ah... - le corregía cariñosamente la maestra -.  Pero no estáis cómoda, giraos así y dadme de comer que yo también tengo hambre.
    Tumbadas sobre la barca en tal forma que no se veía dónde empezaba una y acababa la otra, la mosquetero la agarró firme por las caderas para que no escapara al envite de su boca.  Qué destreza, qué beso tan bien conseguido.  Intentó D’Artagnan hacer lo mismo a su vez pero le temblaba el cuerpo y sólo acertó a hundir la nariz en el vello rizado mientras su amante la bordaba con esmero.
    No sé cuánto tiempo pasaron en esa guisa, cuántas vueltas dieron, cuánto besaron, rozaron, untaron o lo que fuera menester, pero temieron que la barca hiciera agua con tanta humedad y hubieron de parar a descansar.  Abrazadas la una a la otra estaban cuando D’Artagnan se puso a sollozar.
    - ¿Por qué lloráis, pequeña?
    - Señora Aramis, sigh... me duele el corazón por vos...
    - Estad tranquila, yo lo cuidaré bien.
    - ¿De verdad?
    - Os doy mi palabra de mosquetero.
    - Tomadme como esposa.
    - Si eso fuera posible...
    Y suspiraron las dos al unísono.
    - Pero puedo hacer de este encuentro inolvidable.
    - ¿Más? - preguntó la aprendiz.
    Volvió al ataque Aramis con sus dedos mágicos pero en tal forma se adentró, palpó y pulsó, que la luz se apagó para la joven, dejó de respirar y al punto pareció muerta... para resucitar a los segundos profiriendo un placentero pero estruendoso alarido.
    - ¡Ay! ¡Ay, ángel mío, que esta vez nos ha escuchado hasta el Papa de Roma! -se incorporó alarmada Aramis prestando atención a lo que sucedía sobre el puente.
    Efectivamente, los guardias del Cardenal correteaban de un lado al otro tratando de buscar la procedencia del grito.
    - Si nos quedamos aquí, vendrán a por nosotras.  Si remamos, no acertaremos a escapar al alcance de sus balas.  Sólo veo una solución posible... Me vestiré con vuestras ropas y los alejaré.
    - ¡Oh, no!  Son demasiados.  ¿Qué pasará si os dan alcance?
    - No os preocupéis, nada me place más que un poco de ejercicio antes de la cena.  Es mi rutina diaria hacerme perseguir y repartir estocadas.  Dad por seguro que si Jussac se acerca a mí, lo convertiré en pincho moruno, jajaja.
    - Pero... ¿cuándo volveremos a vernos?
    - Todo París conoce a Aramis, daréis conmigo.
    - Pe... pero... habré de devolveros el uniforme.
    - Cierto, de lo contrario el Señor de Tréville me pondrá a limpiar las letrinas.
    - Mañana, en el hostal “Flambage des Porcs”.
    - De acuerdo... - Aramis se apuraba en atarse enaguas y falda sobre los pantalones -... A las doce...
    - ¡No!  A la una mejor, tengo un compromiso antes.
    - Está bien mi dama, a la una pues.
    Le colocó su sombrero emplumando, le dio un beso fugaz en los labios y saltó de la barca en pos de la aventura.


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2 comentarios:

  1. Debió de ser muy intenso si desea que la tome como esposa.
    Me esta gustando mucho esta Aramis.

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    1. Ejem... me disfracé una vez de mosquetero y la gente me llamaba Aramis. ¿Me habrá influenciado la experiencia? xD

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