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sábado, 1 de febrero de 2014

Manual del Buen Casanova (11)



IV. PUNTOS ERÓGENOS FEMENINOS

La piel.
El órgano sexual más importante de la mujer es el cerebro pero el segundo más importante es la piel.
Esta afirmación ya la sabéis pero ¿cuántos de vosotros la tiene en cuenta a la hora de la verdad?  Alguien levanta tímidamente la mano en la fila de atrás.  No habrá más remedio que poner deberes intensivos para que aprendáis a provocar placer a través de la piel.  Otro replica “es que a ella le aburren las caricias”.  Lleva parte de razón, a veces las chicas tienen prisa y prefieren saltarse las caricias superficiales.  Qué mal suena eso de superficial porque precisamente son las caricias las que van a conseguir que nos ganemos su corazoncito de hielo.  Recordad:  un día dirá que no pero dos querrá decir que sí (aunque no lo dirá, son así de puñeteras).  Es mil veces mejor pecar de gentiles y atentos que de lobos hambrientos.
No puedo enseñaros la técnica infalible para tocar a vuestra compañera porque no existe una sola. Por si fuera poco, cada mujer es un mundo con gustos diferentes. La mejor técnica es precisamente saber que no hay ninguna y que estamos obligados a improvisar.  Sobre todo, si conocemos poco a la señorita, conviene estar muy atento a sus reacciones, un gemido suave es buena señal.  Si no se inmuta, vamos mal.  Tal vez nos tiente el lanzarnos a los genitales buscando una respuesta inmediata…. So, animalejos impacientes.  Claro que se excitará y disfrutará pero no habremos conseguido ser mejor que cualquier otro y, si no hay lazos afectivos, se olvidará de nosotros cuando cambie el viento.

Formas de acariciar.  Desde luego no con la mano plana como el que está palpando y preguntando ¿esto qué es?  No.  Vamos a concentrarnos.  Cerrad los ojos y no apuntéis a la cabeza, no sea que le metáis el dedo en el ojo.  Acariciad primero vuestros propios dedos con las yemas. ¿Sentís el tacto?  Bien.  Ahora traslademos ese tacto a su piel.  ¿A qué parte de su piel? ¡A toda su piel!  Un buen lugar para comenzar y vencer la timidez son las manos.  Acariciad sus manos y brazos.  Con suavidad, sintiendo como vibra y haciéndole sentir vuestro deseo por tocarla.
Vamos bien.  Ahora acompañaremos con los labios pero no dando chupetones sino como si sobrevoláramos por la superficie.  Muy lento, exhalando aire caliente.  Así la recorreremos por entero evitando expresamente la vulva y los pezones.  Si lo creemos oportuno, podemos aportar algo de humedad con la lengua pero sin babearla demasiado.
¿Os habéis quedado con la pauta?  Suave y despacio.  Es lo fundamental para que una caricia se sienta caricia y no avasallamiento.

El vientre.  
    El gran olvidado.  No entre mujeres pero cuando hablamos de sexo heterosexual parece que no existe.  ¿Se deberá a que el recorrido entre pechos y monte de venus se vuelve insoportable para el amante?  Las prisas no son buenas, a veces sí pero no la mayoría.
    Seguimos con nuestras caricias sensuales pero vamos a hacer especial hincapié en la barriguita.  Con las yemas de los dedos, caricias circulares; con los labios, como os he enseñado.  Su excitación se acelera, es normal, pero no cometáis el error  de bajar y comerle el clítoris.  ¡Todavía no!  Seguid así, disfrutad del poder mágico de vuestros dedos.  “Es que la mía se troncha de risa”.  Vaya, hombre, tenían que surgir las cosquillas.  Pues sí, qué le vamos a hacer, las cosquillas rompen ese ambiente sensual y de película que nos había costado tanto trabajo pero no son mala cosa, al contrario, saquemos ventaja de esta pausa y aprovechemos para reírnos con ella.
    Para las mujeres que aman a otras mujeres, el vientre tiene algo de místico.  Podemos acariciar con nuestro vientre el de ella, piel con piel; suave al principio, como revoloteando, presionando después.  La idea es hacerle sentir nuestro calor, hablarle con la piel, escucharla con la piel.
    Los hombres (y lo he intentado) no pueden hacer ese juego de vientre con vientre.  Es imposible, tienen el arma ahí apuntando y no hay manera.  Por lo que debéis tratar de conseguir el mismo efecto con las mejillas, por ejemplo, acompañando de besos.

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