Entre
dos panes. Yo la chicha y vosotras la molla. Sándwich picante a las
finas hierbas y a los pelos, que entre roce y roce saltaban a la sábana
como tripulantes del Titánic al mar. Naufragio asegurado, por lo menos
yo iba a sucumbir al oleaje y a las aguas bravas que ya me salpicaban al
cuello. Rápido la pequeña había enlazado sus piernas alrededor de mi
cintura, encajado la puerta mágica a lo que quedaba a salvo de mi honra
y, con esa habilidad innata que tiene, empezado el trote. Nunca
entenderé cómo consigue acertar siempre en el punto, en el suyo y en el
mío, y en el tuyo también cuando te dejas. Vocación de frotadora.
Mientras, ibas aprovechando el lubricante extra que su buen hacer me
generaba para adentrarte más profundamente en mí. “Todos no, porfavor” -
te supliqué pero tu vocación es la de penetradora y en esta ocasión
eras una penetradora cabreada. Estaba perdida.
No
te pareció suficiente el suplicio, haberme convertido en un momento en
el juguete sexual de vuestras mercedes, atrapada entre dos aguas (qué
gran verdad), sin voluntad ni voz, sin pilas tampoco, que casi no podía
moverme, que decidiste humillarme en esa manera que sabes no me gusta.
Ya tenía la mitad de tu mano dentro, el clítoris en carne viva, cuando
me atizaste con el fuego de tu lengua allí, justo allí. En el pozo
oscuro de los deseos, lo llamas, para mí es la cloaca vergonzosa porque
nunca puedo asegurar que esté perfectamente limpia. Qué marrana es mi
chica pero sobre gustos... Entonces me recordaste que te sobraba una
mano con sus cinco deditos.
No
me dio tiempo a gritar socorro, ella tiró de mi cabeza hacia abajo para
poder meterme bien la lengua, no le importó encontrarme boquiabierta ni
mostró reparo en atragantarme con sus gemidos. Si algún grito se
escapó de mi garganta, fue a parar directamente a su estómago, tan firme
me tenía amordazada.
“Cinco
Lobitos tiene la loba, cinco lobitos detrás de la escoba. Cinco
lobitos, cinco parió, cinco críó y a los cinco tetita les dió. Pulgar se
llama éste...”. Empezar por el más gordo es muy propio de ti, dice
mucho de tu falta de paciencia. “Éste se llama índice y sirve para
señalar, éste se llama corazón y aquí se pone el dedal...”. ¡Hala, así
de golpe, sin dejar respirar! Por suerte el anular y el chiquitín se
quedaron fuera.
Ella
comenzó a poner caras raras. La primera vez pensamos que le había dado
una apoplejía y nos asustamos pero a estas alturas ya conocíamos sus
mecanismos de advertencia. Mientras que nosotras, más recatadas, nos
conformamos con un “ya viene” y un resoplido, ella monta el espectáculo.
La cuestión es que ya venía y en consecuencia vendría yo también.
Cómo explicarlo... es el calorcillo insoportable de ese momento, la
quemazón, el baño hirviendo directo al grano, la forma de moverse en el
instante preciso... no sé, pero su orgasmo llama al mío. Y tú que me
tenías bien agarrada, la mano derecha perdida en las profundidades, la
izquierda más sufrida, a punto de realizar tu movimiento sexy y acabar
de rematarme. Y ahí fuimos, todas para una y una para todas.
Si
hablo de montañas rusas, terremotos, tsunamis, me quedo corta con lo
que pasó anoche por mi cuerpo. No me soltaste al acabar, ni siquiera
cuando ella comentó que pesaba como un muerto y que la estaba
aplastando. Recuerdo vagamente dos o tres venidas más a modo de
coletilla, involuntarias, obligadas, hasta que consideraste que había
tenido mi merecido por marginarte y me dejaste descansar.
Muchos
son los que nos confiesan que sienten curiosidad por nuestro amor a
tres bandas. ¿Es viable? ¿Es satisfactorio? Es y es mucho. Es
suficiente, por lo menos para mí. ¡Buf!
By Reina Canalla